Asfixiados a 8848 metros de altura.

Asfixiados a 8848 metros de altura.

La vista desde las alturas es extraordinaria, podemos ver el paisaje desde otra perspectiva. Contemplar la amplitud, la profundidad, lo hermoso de lo que no se puede ver a simple vista, sin duda, es algo cautivador.

Todos queremos estar en la cima, pero, ¿cuánto cuesta y cómo podemos llegar ahí?

El monte Everest es la montaña más alta del planeta tierra, está ubicada en el continente asiático y marca la frontera entre China y Nepal; tiene una altitud de 8848 metros, ¿te imaginas contemplar la vista desde este lugar? ¡Ese es un lujo que no muchos se pueden dar!

La mayoría de los alpinistas que escalan este tipo de altitudes tienen que utilizar botellas de oxígeno suplementario, ya que cuando más alto se asciende la presión atmosférica es menor. Por lo tanto, los pulmones no tienen la misma fuerza para poder absorber el aire, esto hace que el cuerpo no reciba el oxígeno necesario, provocando cansancio extremo, dolor de cabeza, y en casos más graves un infarto al miocardio.

Algo similar sucede con nuestro siguiente enemigo invisible: El orgullo.

Cuando tenemos una sobreestimación exagerada de nosotras mismas, basamos nuestros éxitos personales en nuestra audacia, inteligencia, virtudes y méritos propios; dejando a un lado la fuente verdadera de la cual proviene cada una de nuestras bendiciones: Jesús. Podemos estar en la cima de nuestra vida profesional, ministerial o personal, pero si nos olvidamos que quien nos ha llevado hasta ese lugar ha sido Dios, podemos asfixiarnos buscando el reconocimiento de nuestras obras en los demás.

Así llega el orgullo, nos hace creer que no necesitamos de Dios para poder llegar a las alturas. Este enemigo es sumamente peligroso, pues nos lleva a declarar una total independencia a Dios en nuestra vida, nos lleva a apartarnos de Él.

Salmo 10:4 nos dice lo siguiente: “Los malvados son demasiado orgullosos para buscar a Dios; parece que piensan que Dios está muerto”. ¡Qué fuerte! ¡El orgullo nos lleva a negar quien es Dios en nuestra vida!

Recordemos la historia de Satanás que nos cuenta el libro del profeta Ezequiel en el capítulo veintiocho, él habitaba en el más alto lugar: el monte de Dios. Fue puesto por Dios como querubín protector, pero su corazón se llenó de orgullo a causa de su belleza y su sabiduría se corrompió por el amor que le tenía a su esplendor; el orgullo de Satanás lo llevó a pecar en contra de Dios y por ello fue desechado. 

¿Te imaginas? La mayor altura a la cuál nosotras podemos aspirar a llegar es el cielo. Satanás habitaba ahí, pero el orgullo lo cegó y le hizo creer que todo lo que él era provenía de sus propios méritos sintiéndose superior a Dios.

Proverbios 16: 5 nos dice: “El Señor detesta a los orgullosos. Ciertamente recibirán su castigo”. Si hay algo que Dios no tolera es un corazón orgulloso, pues este nos lleva a actuar bajo nuestro propio juicio con un sentir de superioridad, dejándolo a ÉL totalmente fuera de nuestras vidas.

Esto me recuerda la historia del rey Saúl, un hombre al cuál Dios designó para gobernar a su pueblo; su mayor error fue el haberse olvidado que quien lo llevó a esa posición fue el Señor, dándole la capacidad de instruir a una nación y de ser un hombre de guerra. El orgullo se apoderó de su corazón al grado de mandarse a hacer un monumento para que el pueblo reconociera sus “grandes hazañas”, el corazón de Saúl estaba totalmente apartado de Dios, esto lo llevó a vivir una vida de pecado que sólo le trajo destrucción.

¿Y qué me dices de los descendientes de Noé y la famosa torre de Babel? La idea de construir una torre tan alta que pueda llegar al cielo y ganar fama por ello parece ser bastante buena, pero la realidad es que no podemos llegar al cielo por nuestros propios méritos. Sólo podemos llegar a esa altura a través de Jesús, Él fue quién nos hizo dignos de poder tener un lugar en el cielo, limpiando toda nuestra maldad, llevándose todo nuestro pecado con su sacrificio en la cruz.

Así es, sólo a través de Jesús es que podemos habitar en las más grandes alturas, y Él mismo nos enseña el más grande principio para tener acceso a ello y vencer el orgullo: la humildad.

Jesús es el mayor ejemplo de humildad, Él siendo el hijo de Dios vino a la tierra a servir a la humanidad y a darnos salvación, reconociendo que todo lo que Él era provenía del Padre y fue obediente a su voluntad. Jesús se humilló y murió en una cruz como lo hacían los criminales de esa época, llevándose todo nuestro pecado,  gracias a su humildad y obediencia fue exaltado y se le dio el nombre sobre todo nombre.

Santiago 4: 10 dice: “Humíllense delante del Señor, y él los exaltará”. Reconoce quien es Dios en tu vida. No son tus méritos los que te llevan a habitar en las alturas, es el sacrificio de Jesús, recuerda que separadas de Él nada podemos hacer.

Rinde tu vida delante de Dios, que el orgullo no te asfixie, tu herencia es habitar en el cielo.

Haz de la gratitud parte de tu vida.

Jesús nos enseñó que nunca se es demasiado grande para seguir aprendiendo, y nunca se es demasiado poderoso para poder servir al de al lado.

Todo lo que hemos logrado no lo hemos hecho solos, siempre hay alguien que nos ha impulsado y que ha creído en nosotros. Todas las cosas provienen de Él, son por Él y para Él.

Hoy reconoce el favor de Dios y agradece a aquellos que han invertido en tu vida.

*Photo by Michele Seghieri on Unsplash